El espacio de la queja, es sin dudas, un espacio de acción, pero... ¿es activa?
Una de las construcciones sociales que el liberalismo ha realizado es que al ciudadano, como parte del colectivo social, le corresponde el espacio de la queja como única participación en la vida sociopolítica de su país.
Así, se desentiende de los ámbitos de la gestión, para afirmarse en el dedo acusador que marca los faltantes, fallas, errores, etc. Allí culmina su participación como ciudadano en cuanto constructor de realidades. El resto, como hemos dicho en otra entrada, se circunscribe a trabajar y pagar los impuestos, dentro de un marco que le resulte propicio para esas actividades. Todo funciona cuando estamos dentro del sistema, el problema es cuando el sistema nos expulsa, sea por la causa que fuera: purga crónica por toma de ganancias y/o reducción de costos, alguna incapacidad o demérito, desbalances en el capitalismo, etc. Allí el ciudadano de la queja se siente impulsado a salir a las calles para defender su participación en el sistema, o sea su participación en la torta monetaria.
Mientras tanto, su espacio de ciudadanía es el de manifestar a los cuatro vientos lo corrupta que es la dirigencia, cómo todos se enriquecen a costa de su trabajo, cómo los parásitos sociales se sientan a mirar sus plasmas (y aún demás implementos tecnológicos antes vedados solamente a los ciudadanos quejoso-modélicos) rodeados de hijos que les facilitan esas vidas de lujo a través del cobro de jugosos subsidios al parto (?).
El espacio de la queja es un bálsamo, porque me libera de cualquier análisis sobre mi propia actuación en esas realidades que me son desagradables. Porque en la queja los errores siempre son ajenos, las fallas nunca son propias. Y, siendo que nos movemos en el espacio de lo teórico, seguramente yo lo haría mejor, aunque decida no hacerlo.
El espacio de la queja es el espacio de la acción a partir de la acción del otro, no de la propia. La queja se realiza sobre acciones ajenas a uno, lo que elimina el factor comprensivo. De nuevo, es el "otro" el que realiza la acción que dispara la queja, nada que tenga que ver conmigo, nada sobre lo que yo pueda hacer algo.
En la queja, implícitamente, acepté que no puedo cambiar nada, porque ya acepté que el cambio no depende de mí.
Abandonar la postura de la queja como única manifestación ciudadana posible y deseable, implica el compromiso con esas realidades que nos disconforman. Implica hacerse cargo de que esa realidad es posible de ser transformada por mí mismo, a través de MI acción, y no la de otros. Implica tomar posiciones para que otros actores (que yo pienso que lo hacen peor de lo que yo lo haría) no las ocupen en vez de mí.
Implica hacerse cargo, en definitiva.
Hacerse cargo de que las realidades no vienen dadas y así deben ser aceptadas, que yo soy un elemento transformador en la acción activa del trabajo, y no en la pasiva de la queja.
Hacerse cargo de que cuando yo abandono un espacio, lo ocupa otro, y ocupándolo, por definición, tiene todo el derecho que yo decidí ceder para hacer las cosas como a mí no me gustan.
Hacerse cargo de que la queja es pasiva, y asumiendo esa pasividad... ya no queda espacio para la queja.
Pero claro, nos dijeron que la queja es el espacio ciudadano por antonomasia, y lo aceptamos gustosos, porque, al fin y al cabo, la queja es mucho menos trabajosa que la acción... y más cuando nos pusieron un teclado y una pantalla para ejercerla, lo que nos ahorra incluso el trabajo de levantarnos de la silla.
Los quiero mucho, hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario