1) Guarde sus ideas para usted mismo
Allí fuera hay personas que piensan distinto, y algunas de ellas no aceptarán respetuosamente las suyas, incluso llegando al punto de descalificarlo e insultarlo, lo cual no es bueno para su salud espiritual.
2) No se comprometa
Mire siempre las diferentes realidades en las que se halle implicado desde una distancia prudencial. Inmiscuirse en esas realidades devengará en una experiencia más compleja, en la cual, por defender el todo, deberá inevitablemente aceptar las partes con las que no coincida, lo cual lo enfrentará con incongruencias que no le harán bien a su tranquilidad mental.
3) No llame la atención
Si usted no cumple con el punto 2), aún puede mantener una relativa tranquilidad evitando ventilar ese compromiso. Si los demás no conocen sus acciones, probablemente lo consideren uno entre ellos, y así evitará tener que realizar el ejercicio de defender sus convicciones, una tarea siempre ímproba y propensa a los insultos hacia usted o las ideas que defiende. A este respecto, recuerde el punto 1).
4) Recuerde sus prioridades
Siempre vuelva a lo esencial: que sus actividades se reduzcan a lo que puede resultarle útil a usted y sólo a usted: trabajo, ocio, familia, amigos, en fin, lo que se inscriba en el marco del desarrollo de las actividades socialmente aceptadas. Todo lo que sea probablemente condenable por parte de la media social debe ser evitado a riesgo de ser expulsado de ese grupo.
5) Proteja su espacio social
El incumplimiento del punto anterior lo dejará en una posición peligrosa, ya que la expulsión del conjunto medio de ciudadanos lo expondrá a desaparición o eliminación cuando algún modelo de reencauzamiento social busque deshacerse de aquellos elementos que desentonen con la media no comprometida. En ese caso, nunca espere la solidaridad de los que componen la media social, ya que, al no cumplir con los puntos 1) a 4), ya no lo considerarán como a un semejante, sino como un elemento exótico que no pertenece a la sociedad deseable. Desde ese punto de vista, ante su eliminación y/o desaparición no sentirán culpa ni pena, sino alivio, ya que su eliminación afirma en el mismo acto su razón de ser como son, y de hacer lo que hacen (puntos 1 a 5).
Con estos 5 sencillos puntos, consideramos que podrá transitar por el mundo sin más contratiempos que los que la vida y el sistema mismo le propondrán, que ya bastantes son, por lo cual... ¿para qué sumar contratiempos? Obedezca y tendrá una vida más cómoda.
Hasta la próxima, los quiero mucho.
domingo, 26 de agosto de 2012
viernes, 17 de agosto de 2012
El Miedo
Mi hermano de Patria Grande Jhon Edwin Calle Duque compartió este video ayer. Poco después lo sacó del aire con buen criterio, ya que no es como para que los niños lo vean. Gracias por su aporte.
Lo que más me impactó y disparó esta entrada en el blog no es sólo el hecho en sí. Hay algo que me machacó la cabeza y que me llevó a hacer ciertas reflexiones.
Son los gritos de una mujer que desesperada les pregunta "Why you do that?" ("¿Por qué haces eso?"). En esa pregunta está el eje de la reflexión.
Lo hacen precisamente porque es lo que tienen a mano para enfrentar el miedo. Sintieron miedo, tenían un arma a mano, y simplemente procedieron, porque para eso, entre otras cosas, tienen el arma. Para enfrentar sus miedos, y los miedos del sistema.
Porque, al fin y al cabo, vivimos en un modelo de sociedad que utiliza el miedo como uno de sus formas de control.
Que esta vez haya sido un perro no cambia el eje del tema, en otras ocasiones han sido negros, pibes que se asustaron por ver a un policía (como no asustarse viendo este tipo de reacciones), en fin, cualquier tipo de situación que hermane el miedo con un arma.
El tema es el miedo. Siempre el miedo. Qué nos causa el miedo, en qué nos convierte el miedo.
"El miedo nos hace malos", decía Allie, aquella niña de Taken encarnada por Dakota Fanning. El miedo nos vuelve a la parte más animal, menos civilizada de nuestro ser. No razona, reacciona.
El miedo quiere eliminar la fuente de su miedo, hacerlo desaparecer. Pónganle el vestido que quieran a ese maniquí, si lo piensan bien tenemos alrededor nuestro, en nuestras sociedades, ejemplos a raudales para la manifestación de esos miedos.
El miedo no quiso conocer al perro, no quiso saber por qué ladraba, por qué atacaba, por qué no dejaba que se acercaran a su amo. Nadie lo escuchó, nadie creó empatía con él ni con su amo, nadie trató de contenerlo. Cuántos "perros" hay en nuestras sociedades...
Participando de las Mesas de Seguridad Barriales me tocó escuchar de un vecino que lo que había que hacer era "entrar en las villas y matarlos a todos con una AK-47". Lo escuché yo, no me lo contaron. Esos que están en la villa, para ese señor, no son como él, merecen ser matados porque en su mente han dejado de pertenecer a su misma raza...
Son, desde su miedo, perros.
Los quiero mucho, hasta la próxima.
sábado, 11 de agosto de 2012
La Queja
El espacio de la queja, es sin dudas, un espacio de acción, pero... ¿es activa?
Una de las construcciones sociales que el liberalismo ha realizado es que al ciudadano, como parte del colectivo social, le corresponde el espacio de la queja como única participación en la vida sociopolítica de su país.
Así, se desentiende de los ámbitos de la gestión, para afirmarse en el dedo acusador que marca los faltantes, fallas, errores, etc. Allí culmina su participación como ciudadano en cuanto constructor de realidades. El resto, como hemos dicho en otra entrada, se circunscribe a trabajar y pagar los impuestos, dentro de un marco que le resulte propicio para esas actividades. Todo funciona cuando estamos dentro del sistema, el problema es cuando el sistema nos expulsa, sea por la causa que fuera: purga crónica por toma de ganancias y/o reducción de costos, alguna incapacidad o demérito, desbalances en el capitalismo, etc. Allí el ciudadano de la queja se siente impulsado a salir a las calles para defender su participación en el sistema, o sea su participación en la torta monetaria.
Mientras tanto, su espacio de ciudadanía es el de manifestar a los cuatro vientos lo corrupta que es la dirigencia, cómo todos se enriquecen a costa de su trabajo, cómo los parásitos sociales se sientan a mirar sus plasmas (y aún demás implementos tecnológicos antes vedados solamente a los ciudadanos quejoso-modélicos) rodeados de hijos que les facilitan esas vidas de lujo a través del cobro de jugosos subsidios al parto (?).
El espacio de la queja es un bálsamo, porque me libera de cualquier análisis sobre mi propia actuación en esas realidades que me son desagradables. Porque en la queja los errores siempre son ajenos, las fallas nunca son propias. Y, siendo que nos movemos en el espacio de lo teórico, seguramente yo lo haría mejor, aunque decida no hacerlo.
El espacio de la queja es el espacio de la acción a partir de la acción del otro, no de la propia. La queja se realiza sobre acciones ajenas a uno, lo que elimina el factor comprensivo. De nuevo, es el "otro" el que realiza la acción que dispara la queja, nada que tenga que ver conmigo, nada sobre lo que yo pueda hacer algo.
En la queja, implícitamente, acepté que no puedo cambiar nada, porque ya acepté que el cambio no depende de mí.
Abandonar la postura de la queja como única manifestación ciudadana posible y deseable, implica el compromiso con esas realidades que nos disconforman. Implica hacerse cargo de que esa realidad es posible de ser transformada por mí mismo, a través de MI acción, y no la de otros. Implica tomar posiciones para que otros actores (que yo pienso que lo hacen peor de lo que yo lo haría) no las ocupen en vez de mí.
Implica hacerse cargo, en definitiva.
Hacerse cargo de que las realidades no vienen dadas y así deben ser aceptadas, que yo soy un elemento transformador en la acción activa del trabajo, y no en la pasiva de la queja.
Hacerse cargo de que cuando yo abandono un espacio, lo ocupa otro, y ocupándolo, por definición, tiene todo el derecho que yo decidí ceder para hacer las cosas como a mí no me gustan.
Hacerse cargo de que la queja es pasiva, y asumiendo esa pasividad... ya no queda espacio para la queja.
Pero claro, nos dijeron que la queja es el espacio ciudadano por antonomasia, y lo aceptamos gustosos, porque, al fin y al cabo, la queja es mucho menos trabajosa que la acción... y más cuando nos pusieron un teclado y una pantalla para ejercerla, lo que nos ahorra incluso el trabajo de levantarnos de la silla.
Los quiero mucho, hasta la próxima.
Una de las construcciones sociales que el liberalismo ha realizado es que al ciudadano, como parte del colectivo social, le corresponde el espacio de la queja como única participación en la vida sociopolítica de su país.
Así, se desentiende de los ámbitos de la gestión, para afirmarse en el dedo acusador que marca los faltantes, fallas, errores, etc. Allí culmina su participación como ciudadano en cuanto constructor de realidades. El resto, como hemos dicho en otra entrada, se circunscribe a trabajar y pagar los impuestos, dentro de un marco que le resulte propicio para esas actividades. Todo funciona cuando estamos dentro del sistema, el problema es cuando el sistema nos expulsa, sea por la causa que fuera: purga crónica por toma de ganancias y/o reducción de costos, alguna incapacidad o demérito, desbalances en el capitalismo, etc. Allí el ciudadano de la queja se siente impulsado a salir a las calles para defender su participación en el sistema, o sea su participación en la torta monetaria.
Mientras tanto, su espacio de ciudadanía es el de manifestar a los cuatro vientos lo corrupta que es la dirigencia, cómo todos se enriquecen a costa de su trabajo, cómo los parásitos sociales se sientan a mirar sus plasmas (y aún demás implementos tecnológicos antes vedados solamente a los ciudadanos quejoso-modélicos) rodeados de hijos que les facilitan esas vidas de lujo a través del cobro de jugosos subsidios al parto (?).
El espacio de la queja es un bálsamo, porque me libera de cualquier análisis sobre mi propia actuación en esas realidades que me son desagradables. Porque en la queja los errores siempre son ajenos, las fallas nunca son propias. Y, siendo que nos movemos en el espacio de lo teórico, seguramente yo lo haría mejor, aunque decida no hacerlo.
El espacio de la queja es el espacio de la acción a partir de la acción del otro, no de la propia. La queja se realiza sobre acciones ajenas a uno, lo que elimina el factor comprensivo. De nuevo, es el "otro" el que realiza la acción que dispara la queja, nada que tenga que ver conmigo, nada sobre lo que yo pueda hacer algo.
En la queja, implícitamente, acepté que no puedo cambiar nada, porque ya acepté que el cambio no depende de mí.
Abandonar la postura de la queja como única manifestación ciudadana posible y deseable, implica el compromiso con esas realidades que nos disconforman. Implica hacerse cargo de que esa realidad es posible de ser transformada por mí mismo, a través de MI acción, y no la de otros. Implica tomar posiciones para que otros actores (que yo pienso que lo hacen peor de lo que yo lo haría) no las ocupen en vez de mí.
Implica hacerse cargo, en definitiva.
Hacerse cargo de que las realidades no vienen dadas y así deben ser aceptadas, que yo soy un elemento transformador en la acción activa del trabajo, y no en la pasiva de la queja.
Hacerse cargo de que cuando yo abandono un espacio, lo ocupa otro, y ocupándolo, por definición, tiene todo el derecho que yo decidí ceder para hacer las cosas como a mí no me gustan.
Hacerse cargo de que la queja es pasiva, y asumiendo esa pasividad... ya no queda espacio para la queja.
Pero claro, nos dijeron que la queja es el espacio ciudadano por antonomasia, y lo aceptamos gustosos, porque, al fin y al cabo, la queja es mucho menos trabajosa que la acción... y más cuando nos pusieron un teclado y una pantalla para ejercerla, lo que nos ahorra incluso el trabajo de levantarnos de la silla.
Los quiero mucho, hasta la próxima.
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